..
Guillermo Quintero, miembro de ALADOS, estudió biología en la Universidad Nacional de Colombia, posteriormente se trasladó a Francia en donde cursó la licenciatura en filosofía en la universidad La Sorbona y dos maestrías en Ciencias de la Comunicación y Educación.
Homo botanicus (2018) fue su ópera prima que narra el trabajo minucioso de quien fuera el profesor del director, Julio Betancur, renombrado botánico junto a su ayudante Cristian Castro. Río Rojo es su segunda película. Se estrena el 8 de agosto en salas.
..
ALADOS.- ¿Cómo presentarías tu película a otro documentalista?
Guillermo Quintero.- De la misma manera en la que siempre la presento. Creo que hablaría primero de la geografía, luego de la historia y finalmente de lo que para mí evoca y encarna la película.
Diría algo así: “Al norte de la Amazonía colombiana se sitúa la Serranía de la Macarena, una montaña milenaria que se erigió antes que la cordillera de los Andes. Al sur de ella corre un río que la gente ha llamado de diferentes maneras: el río de los siete colores, caño cristales, el río más hermoso del mundo, el río rojo… Históricamente, ese río ha sido uno de los símbolos de la fantasía colectiva de lo que representa la naturaleza y su diversidad en Colombia. Aún más, porque durante muchos años fue considerado como tierra prohibida, pues la zona en la que se encuentra estaba controlada por la guerrilla de las FARC y muy poca gente se aventuraba a ir a visitarlo. Un río entonces fantástico y prohibido”.
Pero luego del tratado de paz, momento en el que el grupo guerrillero sale oficialmente del territorio, todo comienza a cambiar: el ejército entra a la zona, el turismo comienza a desarrollarse, se habla de multinacionales que quieren explotar el petróleo en la zona y la deforestación aumenta dramáticamente. Río Rojo habla de esas transformaciones, no de una manera explícita y directa, sino de una manera atmosférica y casi “fuera de campo”, a través de la mirada de 3 personajes que durante años han habitado al borde del río: Doña María, una campesina de 89 años, coriácea y fuerte, que porta la voz de la historia del campesino dentro de la zona, un joven en completa comunión con el río que nos transporta dentro del territorio y que vemos crece desde sus 14 a sus 18 años; y Sabino, un indígena que cuenta historias míticas que hacen eco a lo que sucede en la región.
Gracias a estas tres miradas, se va tejiendo un relato que nos sumerge sutilmente en la atmosfera de transformación que va revelando las paradojas que surgen allí en ese nuevo contexto de paz.
A.- ¿A qué público crees que le puede interesar tu película?
G.Q.– Es difícil decirlo. Diría que a un público heterogéneo compuesto por cinéfilos, por personas interesadas en temas socioambientales y de postconflicto, pero también por personas desprevenidas sensibles a alguna de las facetas que aborda la película.
A.- ¿Qué crees que aporta o cómo se sitúa tu película en la historia del documental colombiano?
G.Q.- Dentro de la constelación del cine colombiano Río Rojo será una de las muchas estrellas que brilla a la distancia. Corresponderá a los críticos e historiadores del cine encontrarle un lugar entre las muchas películas que se están produciendo en el país.
A.-¿Qué te motivó a hacer esta película? y ¿Cómo describirías el proceso de hacer este documental??
G.Q. Río Rojo nació de un encuentro que tuve por allá en septiembre de 2016 cuando fui por primera vez a Caño Cristales con un grupo de amigos botánicos que habían organizado una pequeña expedición. Mi idea, además de conocer el caño, era poder hacer algunos planos del río y del bosque para mi documental Homo botanicus, que estaba desarrollando en ese momento. En las caminatas que hacíamos diariamente nos acompañaba siempre un niño de 13 años, llamado Óscar, que había vivido toda su vida en una casa campesina al borde del caño. A medida que pasaban los días, fui conociendo a Óscar y creció en mí una fascinación por la manera en la que se relacionaba con el río. Óscar conocía todos los rincones del caño, sabía dónde lanzarse sin correr ningún peligro, saltaba aquí y allá con una agilidad increíble, y aparecía y desaparecía frecuentemente entre el monte y el agua. Poco a poco entonces, mi cámara se interesó en él y lo fui filmando mientras nadaba y correteaba alrededor nuestro. Ese río era su jardín de juegos y, de alguna manera, verlo ahí me conectaba directamente con la imagen de mi propia niñez y de mis juegos de infancia.
Semanas después, cuando vi de nuevo esas imágenes, me dije que había algo ahí muy potente. En ese momento el país estaba en plena transición hacia la paz y era evidente que iban a surgir muchos cambios allí en las zonas en las que el conflicto había sido bien intenso. Por eso, decidí volver un año después de mi primer viaje y comenzar a rodar de manera más seria con Óscar en la región. A partir de ahí, gracias a los rodajes que se dieron espaciados en un período de 3 años y medio, pude entonces conocer a nuevos personajes, entender muchas dinámicas de la zona y construir mi propio relato sobre lo las transformaciones que yo percibía. Todo este proceso, que ha sido muy enriquecedor, me ha atado a la región de una manera que no podía sospechar. Claro, ha sido también un proceso difícil y largo que ha implicado muchos retos, sobre todo desde el punto de vista creativo.
A.- ¿Para ti qué significa hacer documentales?
G.Q.- Es casi un modo de vida. Cuando se lanza uno en la realización de un documental se está siempre pensando en cómo construir una imagen, un relato, o una historia a partir de los elementos de la realidad que se perciben y que encajan en lo que uno quiere contar. Esta reflexión lo acompaña uno, no solamente en el territorio en el que se desarrolla la película o en la sala de edición, sino también en los momentos más inesperados del cotidiano. Entra entonces uno en una especie de escritura casi constante, evidentemente subjetiva, que se va componiendo de imágenes reales que uno filmó, de imágenes que uno imagina sobre eso que percibió y de imágenes que uno proyecta en un futuro incierto. Todo eso se va tejiendo y va construyendo, a medida que uno vive dentro y fuera del rodaje, uno de los miles de relatos posibles en un proceso que puede ser muy largo, muy satisfactorio sí, pero a veces hasta angustioso.