Jorge Mario Álvarez. Pasión por nuestro oficio

Por Gustavo Fernández

Esta tarea de plasmar un obituario es contradictoria, y riesgosa, pensando en la lista del cuaderno de Don Luis Buñuel, pero grata como un ejercicio de memoria: de momentos vividos y compartidos, de frustraciones, encuentros-desencuentros. Y recordar a Jorge Mario, es revivir la primera imagen suya, un domingo de diciembre de 1985, recién concluido el noviembre negro de ese año. Fue en Sucre un caserío del occidente de Antioquia en el camino entre Sopetrán y el puente de occidente sobre el río Cauca. Descendió de un vehículo, portaba un sombrero tipo aguadeño y un poncho, y su mirada amable, su talla mediana, le daban una impronta singular que no me cuadraba, tratándose del hombre de la cámara en el corto de Víctor Gaviria “Los músicos” y a quien yo ese día serviría de asistente. Varios años después una noche asistí un poco de pato al rodaje de “Rodrigo D”, dónde lo vi, estaba subido en un dolly, de nuevo en la cámara. El fue quien concluyó esa tarea en la legendaria peli de Gaviria.

Con Gaviria, Hugo Restrepo su compañera Ana María, y otros colegas fundaron por esa época la productora Tiempos Modernos, que animaba ese trío singular que conformaban con Víctor, y “el chiqui” -Juan Guillermo Arredondo- que también nos dejó ya hace rato. Todos tan distintos, pero unidos por la pasión por el cine y lo audiovisual. Y por eso otros a quienes nos atravesaban ya destinos similares, confluíamos en la casa que fuese de Ivo Romani, en la calle Palacé, en límites del barrio Lovaina, y regentada por otro outsider, Javier Betancur. Ese escenario dónde llegaban algunos de los personajes -vivos aún- de Rodrigo D, Carlos Henao, estudiantes de la U. de A. como Martica Hincapié, luego los legendarios hermanos Rey y un largo etc. Y entre charla, carreta y rumba, allí se gestaron toda clase de proyectos.

Con JM fuimos coincidiendo en nuestras búsquedas en lo documental, y así rodamos juntos un docu con el circo de pueblo de Cartucho y Papelito -padre e hijo, que con su flia, y otros que la ampliaban integraban la troupe-. El trabajo lo editaron con Víctor, y pasó en el espacio emblemático “Señales de vida”, heredero de Aluna que crease Gloria Triana en Colcultura. También emprendimos una pesquisa con otra familia ampliada, esta de gitanos en Itagui, comandada por Manuel… Y así ya cuando ambos vivíamos en la sabana de Bogotá recorrimos las carrileras abandonadas de Cundinamarca entre Faca y Puerto Salgar. Eran empresas en las que no preguntabas cuanto ibas a recibir y menos cuando. Al comienzo en video ¾ con su cámara Sony, y ya hacia el 98 en Mini Dv, con la Canon XL1, con la que yo haría varios trabajos.

Su forma de vivir y sentir la relación con historias y vidas comunes, de una gran diversidad de colombianos del común, incluso niños discapacitados, sus pasiones y padecimientos, durante varias décadas, en diferentes lugares de nuestra geografía lo hacen alguien digno de emular, en su compromiso y modestia. Quizás nos recuerde que “nada de lo humano nos puede ser ajeno”. No en vano Juan Sebastián uno de sus hijos mayores, lo ha seguido y acompañado los últimos años, desde su paso por una experiencia académica en Roma. Y ya muestra su impronta como en “El alacrán soy yo”, una inmersión en la noche del carnaval de La Habana de la mano del “santico”, su personaje.

Y como un buen o mal presagio, a fines del 23 pudo estrenar un trabajo muy diferente que da cuenta de la relación que tejió durante décadas, desde que trabajó en Bogotá con Fernando Botero, a través de Gloria Valencia: “Botero grabado a fuego en la memoria”.

Un abrazo a toda su gran prole, fruto del azar, para un buen paisa y a Rubiela.